La leyenda de La Milagrosa

La leyenda de La Milagrosa

La Necrópolis de Colón es un sitio colmado de mitos, leyendas y hermosas historias de amor. Algunas de ellas se han incorporado de modo raigal a la cultura popular cubana y han sobrevivido por más de un siglo. Una de esas historias y quizás la más conocida, es la de Amelia Goyri o, como la llaman todos, La Milagrosa.

Una triste historia de amor

Una triste historia de amor

Amelia Goyri de la Hoz fue una muchacha de la aristocracia cubana. Desde niños, ella y su primo José Vicente Adot y Rabell estaban enamorados pero, por desgracia, la posición económica y social de este era insuficiente para garantizar un futuro de bienestar, según las exigencias de la época. Desde los 13 años hicieron público su amor y, también desde entonces, comenzaron las prohibiciones familiares y las tristes aventuras de los adolescentes que se amaban a escondidas.

Fue necesario esperar varios años de sufrimiento, que José Vicente resultara ileso de una guerra y que adquiriera en ella grados militares y renombre entre los funcionarios del Gobierno Republicano, para que finalmente los jóvenes lograran desposarse el 25 de junio de 1900. Ya para entonces habían fallecido los padres de Amelia y su tía y tutora, La Marquesa de Balboa, dio su aprobación.

La Milagrosa, Cementerio Colon, La Habana

Casi un año vivió feliz la pareja antes de que ella quedara embarazada. Entonces la dicha creció y disfrutaron de su gran amor a plenitud. Sin embargo, su dicha sería interrumpida trágicamente. A los ocho meses el parto se adelantó y, tras un ataque de eclampsia, madre e hija fallecieron. El 3 de mayo de 1901, día de la Santísima Cruz, el joven esposo perdía en el mismo momento a su amada de 24 años, a su hija y, con ellas, su felicidad y cordura. Se dice que quedó perturbado mentalmente y en su ilusión, Amelia yacía dormida.

El diario peregrinar de José Vicente

El diario peregrinar de José Vicente

La familia de Amelia quiso enterrarla en el Panteón de los Marqueses de Balboa, pero José Vicente se rehusó y decidió darle sepultura en una bóveda situada en el noreste, campo común No. 28, muy próxima a la Capilla Central, propiedad de un amigo. Según la costumbre de la época, la pequeña fue colocada entre las piernas de Amelia, para que reposaran juntas en la eternidad.

Al momento de marcharse, lo hacía con el sombrero en la mano y sin voltearse

Desde entonces, vestido de negro y con el sombrero en la mano, llegaba cada mañana al cementerio el infortunado viudo y hacía sonar tres veces contra el mármol frío la aldaba derecha de la tumba, para despertar a su amada. Le daba la vuelta al panteón, colocaba las flores que levaba siempre y le hablaba de sus pesares, le comentaba las noticias de casa, de la familia y le pedía consejos. Al momento de marcharse, lo hacía con el sombrero en la mano y sin voltearse, pues era de mal gusto darle la espalda a una dama.

La escultura de Amelia

La escultura de Amelia

Enterado del deceso y conmovido por la triste historia, el escultor cubano José Vilalta Saavedra, amigo de José Vicente y autor de obras significativas del propio cementerio como las esculturas de las virtudes teologales que coronan la entrada, decidió inmortalizar a Amelia y a su hija. Así, a partir de una foto que le enviaron a Italia, realizó una escultura de mármol de Carrara que llevó personalmente a Cuba en 1909.

Una bella expresión de amor

A partir de ese momento, una Amelia madre, vestida con fina túnica, que sostiene a su hija en el brazo izquierdo y se apoya en una cruz con el otro, se halla colocada encima del osario de la bóveda, como bella expresión de amor.

De cuando Amelia se convierte en La Milagrosa

De cuando Amelia se convierte en La Milagrosa

Durante los 40 años que sobrevivió a su amada, José Vicente continuó el ritual. Muchos lo creyeron loco por hablarle y hasta atribuirle el poder de cumplir sus deseos. Sin embargo, la voz se corrió rápidamente y comenzaron a visitarla más y más peregrinos convencidos de sus dones sobrenaturales. El esposo se opuso, pero todas sus acciones fueron infructuosas, mucho más cuando, según la tradición popular, al abrir el sepulcro 13 años después para inhumar a otro familiar, encontraron intacta a la joven Amelia con su hija en brazos, en un gesto de protección maternal, tal como refleja la escultura de Saavedra. A partir de este instante, su fama creció al punto de ser conocida como La Milagrosa.

Una tradición asentada

Una tradición asentada

Al morir José Vicente, finalmente pudo acompañar a su amada en el mismo sepulcro. En la actualidad, ni un solo día pasa sin que alguien visite a La Milagrosa y le haga sus pedidos, con el mismo ritual del esposo. Cientos de tarjas han sido colocadas en su honor, como fe de la ayuda que ha prestado a los necesitados. Su bebé en brazos frecuentemente se ve vestido con ropas que llevan los agradecidos y en su sepultura las flores son siempre nuevas y frescas, porque invariablemente las llevan los visitantes de toda Cuba y un poco más allá.

Un mal de familia

Un mal de familia

Amelia y su hermana María Teresa se casaron el mismo día y quedaron embarazadas casi a la vez. Por desgracia, también María Teresa falleció al dar a luz. Dicen que fue de tristeza. Por voluntad propia, durante años descansó muy cerca de La Milagrosa.

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